Prefacio, Toda
Una flor
Ellos me amenazan
Con arrojarme a un
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Sylvia Plath Poemas postreros
Los maniquíes de Munich La perfección es terrible, no puede tener niños.
El frío como el aliento de nieve, ataca el útero.
Donde los árboles de tejo bufan como hidras,
El árbol de la vida y el árbol de la vida
Desatan sus lunas, mes tras mes, sin propósito.
La inundación de sangre es la inundación de amor,
El absoluto sacrificio.
Significa: no más ídolos para mí,
Yo y tú.
Así, en su amabilidad azufrada, en sus sonrisas
Estos maniquíes se reclinan esta noche
En Munich, depósito de cadáveres entre París y Roma,
Desnudos y raídos en sus pieles,
Colgajos naranja sobre estacas plateadas,
Intolerables, sin mente.
Las pizcas de nieve, sus pedazos de oscuridad,
Nadie en torno. En los hoteles
Las manos estarán abriendo puertas y quitándose
Los zapatos para un pulimento de carbón
Dentro de los cuales anchos dedos del pie vendrán mañana.
¡Oh! La domesticidad de estas ventanas,
El encaje para niño de pecho, las confituras de hojas verdes,
Los corpulentos alemanes durmiendo en su insondable Stolz.
Y los negros teléfonos sobre ganchos
Relucientes
Relucientes y digeribles
Mutismo. La nieve no tiene voz.
28 de enero, 1963
Sylvia Plath Poemas postreros
Prefacio Sylvia Plath demostró desde su infancia un gran talento para las palabras y fue capaz de escribir poemas completos a la temprana edad de cinco años.
Sylvia había nacido en Boston el 27 de octubre de 1932. Su padre, Otto Plath, era profesor de la universidad de esa ciudad y su madre enseñaba inglés y alemán. Cuando su padre murió en noviembre de 1940, Sylvia declaró que “...nunca le hablaría a Dios de nuevo”. La pérdida de su padre la afectaría por el resto de su vida.
Sylvia publicó su primer poema en 1941. Un corto poema “acerca de lo que yo veo y escucho en las calientes noches de verano”. Durante todo el periodo de sus estudios en la escuela secundaria no dejó de escribir y publicar poemas y dibujos. En 1950 vio uno de sus poemas, “Bitter Strawberries” (“Fresas amargas”) publicado a nivel nacional, después de persistentes envíos a diferentes periódicos. Por esa época ya había desarrollado un patrón psíquico que la acompañaría toda la vida y donde el estrés frecuentemente la atacaba, causándole depresión y más estrés.
En 1952 ganó un premio por su cuento “Sunday at the Mintons” y tuvo su primera relación amorosa seria. Pero, la depresión, el insomnio y también pensamientos de suicidio, se evidenciaron en su diario:
“Aniquilar el mundo por aniquilación de uno mismo es el engañado colmo del egoísmo desesperado... Yo deseo matarme para escapar de la responsabilidad, para arrastrarme abyectamente dentro del útero...”. Hacia julio de 1953 fue sometida a su primera sesión de terapia con electroshock, ya que padecía de agudos insomnios que no la dejaban dormir y llegó a ser inmune a las píldoras para dormir. A finales del mes siguiente intentó suicidarse ingiriendo gran cantidad de somníferos. Permaneció recluida en un hospital psiquiátrico hasta enero de 1954. En abril del mismo año, Sylvia intentó escribir poemas de nuevo y comenzó a descolorarse el pelo para ser “una nueva persona”.
Durante los años de 1954 y 1955, publicó poemas en importantes medios y obtuvo reconocimientos y premios. Sylvia se graduó summa cum laude en la Universidad de Harvard y logró una beca para estudiar literatura en la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Escribió en su diario que sentía que los hombres británicos eran “pálidos, neuróticos homosexuales”, en quienes no encontraba ningún atractivo.
Una noche de 1956, participó en una fiesta para celebrar el lanzamiento de una nueva revista literaria de Cambridge. Entre la poesía que admiraba estaba la de un poeta llamado Ted Hughes, quien al poco tiempo se convertiría en su marido. Durante su luna de miel en España, Sylvia escribió algunos de sus excelentes poemas.
A fines de junio de 1957, Sylvia y su marido llegan a Estados Unidos. Traen con ellos a su hija. Sylvia comienza a dar clases en el Smith College, pero pronto siente el trabajo tedioso. Bajo el incremento de un estrés emocional, pierde el interés por la escritura.
Por ese entonces, Ted recibe aclamación de la crítica por sus escritos y, por primera vez, Sylvia siente envidia de su esposo. Ella enferma y contrae pulmonía.
Durante las vacaciones de primavera de 1958 Sylvia escribe ocho poemas en ocho días. Las fricciones y desavenencias entre la pareja crecen hasta llegar a la mutua agresión física. En el verano se mudan a un apartamento en Boston. En el otoño trabaja a medio tiempo en el mismo hospital psiquiátrico donde estuvo recluida.
A principios de 1959, Sylvia intenta escribir en un estilo más “interior”, buscando dentro de sí misma y encarando los asuntos encontrados allí. Visita por vez primera la tumba de su padre y ello le inspira el poema “Electra on azalea path”. Conoce por ese entonces, mientras tomaba clases con el poeta Robert Lowell, a una joven empedernida fumadora llamada Anne Sexton, quien llegaría a ser una famosa poeta ganadora del Premio Pulitzer en 1967 y se suicidaría en 1974.
En diciembre del mismo año 1959, Sylvia y Ted vuelven a Inglaterra. Para febrero de 1960, la pareja se encuentra instalada en un pequeño apartamento de Londres. Sylvia firma un contrato para publicar su primer libro de poemas, The Colossus and other poems. En abril nace su segunda hija. Sylvia está asombrada del porqué no logra éxito de publicación en su propio país, aunque su marido inglés sí.
En enero de 1961, Sylvia se entera de que está preñada de nuevo, pero aborta en febrero y el suceso la deja devastada. Escribe algunos poemas con la mujer como tema. En septiembre, justo antes de mudarse de Londres a Devon, Sylvia descubre que está embarazada una vez más. En octubre presenta su novela The belljar a un editor inglés.
El 17 de enero de 1962 Sylvia da a luz a un niño y su marido siente alguna frustración. Ella se estresa y desarrolla el hábito de escribir en las quietas horas de la mañana.
The Colossus and other poems fue finalmente publicado en Estados Unidos en mayo de 1962, pero obtuvo una pobre aceptación. Las riñas y las peleas de Sylvia y Ted se hicieron más frecuentes y él encontraba repetidos pretextos para permanecer fuera del hogar.
En una ocasión Sylvia encendió una fogata en el patio, destrozó el único manuscrito de la novela en la cual estaba trabajando y lanzó los pedazos a las llamas. Posteriormente también quemaría más de mil cartas de su madre que mantenía guardadas, cajas llenas de epístolas de Ted y bosquejos de poemas.
En septiembre, Sylvia y Ted fueron a Irlanda e intentaron reconciliar el matrimonio, pero todo resultó vano esfuerzo. En la primera semana de octubre, Sylvia comenzó a escribir. En una semana compuso una serie de poemas colectivamente llamados Bees.
A pesar de un severo caso de gripe a mediados de octubre, Sylvia parecía luchar contra el inmenso estrés producto del hundimiento de su matrimonio. Del 11 de octubre al 4 de noviembre creó más de veinticinco poemas, la mayor parte de los cuales son lo mejor de su producción. El día de su cumpleaños escribió “Poppies in october” y “Ariel”, uno de sus más conocidos poemas que la identifican.
En diciembre, Sylvia se trasladó con sus niños a Londres, a un apartamento habitado por el poeta W. B. Yeats, a quien ella admiraba. Encaró su primera Navidad sin su marido. Sus amigos y familiares empezaron a sentir que a pesar del desafiante semblante de Sylvia y de sus expresiones de felicidad por estar separada de Ted, ella secretamente deseaba la reunión con él. Todos temían que ella cayera en una severa crisis emocional como la que padeció cuando falleció su padre.
El tiempo fue terrible en Londres al llegar enero de 1963 y logró empeorar la depresión de Sylvia, tal como sus amigos y médicos previeron. Su doctor intentó conseguirle una cama en los atestados hospitales psiquiátricos.
La mañana del 11 de febrero Sylvia desayunó pan y leche en el cuarto de los niños. Entonces rompió la ventana y selló la puerta con una cinta. Bajó las escalinatas y después de encerrarse en la cocina, se arrodilló frente al horno abierto y abrió la llave del gas. Su cuerpo fue descubierto esa mañana por una enfermera quien la tenía en su lista de visitas y un obrero que la ayudó a ingresar en la casa.
Seis meses antes de su muerte, Sylvia había escrito con sentimiento:
“...exiliada en una fría estrella, incapaz de sentir nada, excepto un horrendo torpor irremediable. Yo busco dentro del cálido, terreno mundo. Dentro de un nido de las camas de los amantes, de las camitas de niños, de las mesas de comida, de todo el sólido comercio de la vida en esta tierra, y me siento aparte, encerrada en una pared de cristal”. Sylvia Plath fue enterrada el 16 de febrero en el cementerio de la familia de su esposo. Póstumamente llegó a ser más famosa que cuando estaba viva. Las circunstancias de su vida y de su muerte ayudaron a crear el “mito” de la historia de Sylvia Plath.
Después de poner en orden sus poemas provenientes de los manuscritos y agregarles otros escritos en los últimos días, en 1965 fue finalmente publicada la colección titulada Ariel y otros poemas.
La colección de Poemas escogidos de Sylvia Plath fue preparada por Ted Hughes en 1981 y en 1982 ganó, póstumamente, el Premio Pulitzer, del cual, sin duda, la propia Sylvia habría estado sumamente orgullosa.
La poeta que quedó bajo los árboles de invierno Aunque su temprano estilo fue precozmente estudiado, el énfasis de Sylvia Plath se centró en lo autobiográfico, y debido a las revelaciones dolorosas en su obra tardía ha sido agrupada, junto a Robert Lowell y Anne Sexton, como una poeta confesional. Pero con gestos en su vida de desafío y exaltación, amor o desesperación, sus poemas reinventan modelos arquetípicos y una sucesión de amontonadas ideas y brillantes imágenes. La voz en sus poemas maduros está modulada por una ironía enfadada o asombrada.
Lo que Ted Hughes llamó su “energía verbal crepitante” es obvio que aparece en los poemas con ritmo demoníaco, contrastes tonales rápidos y mordaz precisión de palabra e imagen. Los marchitos poemas que Sylvia Plath escribió compulsivamente en los meses previos al suicidio —acerca de sus niños y su fallido matrimonio; acerca de la muerte y su imaginación— fueron considerados en una ocasión por Robert Lowell su “espantosa y triunfante realización”.
Los poemas de Sylvia Plath han sido traducidos, total o parcialmente, a varias lenguas: albanés, chino, checo, alemán, francés, holandés, griego, húngaro, italiano, macedonio, polaco, portugués, español, sueco...
Para el momento de su muerte, Sylvia Plath había escrito un gran volumen de poemas. Ella nunca desechaba ninguno de sus esfuerzos poéticos. Su actitud para con los versos era la de un artesano: si ella no podía lograr hacer una mesa, era completamente feliz si lograba una silla o, aun, un juguete. El producto final para ella no era tanto un poema exitoso, sino algo que había extenuado temporalmente su ingenuidad.
Su evolución como poeta sucedió rápidamente a través de una sucesión de mudanzas de estilo hasta que ella alcanzó su verdadero cuerpo y voz. Cada fresca fase tendía a darle a un grupo de poemas el valor de una expresión a una familia general de semejanzas y, usualmente, se asociaban con un particular tiempo y lugar.
Sylvia Plath Poemas postreros
Tótem1 La locomotora está matando el carril, el carril es plateado;
Se extiende en la distancia. Será comido, no obstante.
Su carrera es inútil.
Al anochecer hay la belleza de anegados campos,
En los dorados amaneceres los granjeros parecen cerdos,2
Inclinados ligeramente por sus pesados trajes,
Blancas torres delante de Smithfield,
Gruesas caderas y sangre en sus mentes.
No hay piedad en el brillo de las hachas,
La guillotina del carnicero que susurra: “¿Cómo es esto? ¿Cómo es esto?”
En el cuenco3 la liebre es abortada,
Su cabeza de infante fuera de la vía, embalsamada con especias,
Desollada de piel y humanidad.
Permítannos comerla como a secundinas de Platón,
Permítannos comerla como a Cristo.
Estas son las personas que fueron importantes —
Sus redondos ojos, sus dientes, sus muecas
Sobre un garrote que bate con ruido y golpes secos, una falsa serpiente.4
¿La capucha de la cobra me espantará —
La soledad de su ojo, el ojo de las montañas
A través del cual el cielo eternamente se enhebra a sí mismo?
El mundo es del mismo calor que la sangre y personal
Amanecer que dice, con su flujo copioso de sangre.
No hay término, sólo maletas
Fuera de las cuales las mismas se despliegan como un traje
Desnudo y lustroso, con bolsillos de deseos,
Nociones y boletos, cortocircuitos y espejos plegables.
Yo estoy loca, clama la araña, agitando sus muchos brazos.
Y en verdad es terrible,
Multiplicada en los ojos de las moscas.
Ellas zumban como niños azules
En nidos del infinito,
Atraídas al fin por la única
Muerte con sus muchos garrotes.
28 de enero, 1963
- Sylvia Plath explicó este poema en una conversación como “un montón de imágenes interconectadas cual un poste totémico”.
- Ella imagina a los granjeros de los campos del oeste en el tren temprano de la mañana, en su camino a Londres, al gran mercado de alimentos de Smithfield, cuyas “torres blancas” ella ha sido capaz de ver desde Primrose Hill durante su primera residencia en Londres.
- Un cuenco de pirex usado en diferentes ocasiones, tanto para las secundinas de su hijo como para lavar el cuerpo de una liebre.
- Una serpiente de juguete articulada con junturas moldeadas de bambú.
Sylvia Plath Poemas postreros
Paralítico Sucede. ¿Continuará?
Mi mente una roca,
Sin dedos para agarrar, ni lengua,
Mi dios el pulmón de hierro
Que me ama, bombea
Mis dos
Sacos de polvo, adentro y afuera,
No
Me permitirá recaer
Mientras el día afuera se desliza como un indicador de cinta.
La noche trae colores violáceos,
Tapices de ojos,
Luces,
El apacible anónimo
Hablador: “¿Estás bien?”
El tieso, inaccesible pecho.
Huevo muerto, yo yazgo
Todo
Sobre un mundo todo que no puedo tocar,
En el blanco, estrecho
Tambor de mi durmiente lecho
Las fotografías me visitan —
Mi esposa, muerta e insulsa, en 1.920 pieles,
La boca llena de perlas,
Dos muchachas
Tan insulsas como ella, quienes murmuran “Nosotras somos tus hijas”.
Las tranquilas aguas
Envuelven mis labios,
Ojos, nariz y orejas,
Un claro
Celofán que yo no puedo reventar.
Sobre mi desnuda espalda
Yo sonrío, un buda, todo
Desea, anhela
Caer desde mí como anillos
Abrazando sus luces.
El pecíolo
De la magnolia,
Borracho en sus propios perfumes,
Pide nada de vida.
29 de enero, 1963
Sylvia Plath Poemas postreros
Gigoló Reloj de bolsillo, yo hago tictac bien.
Las calles son lagarteras hendeduras
Torcidas a los lados, con huecos donde ocultarse.
Es mejor para encontrarse un callejón sin salida,
Un palacio de terciopelo
Con ventanas de espejos.
Allí uno está seguro,
No hay fotografías de familia,
Ni anillos a través de la nariz, ni gritos.
Brillantes anzuelos de peces, las sonrisas de las mujeres
Engullen mi corpulencia
Y yo en mis negros a la moda,1
Muelo una camada de senos como medusas.
Para nutrir
A los violoncelos de lamentos yo como huevos —
Huevos y pescado, los esenciales,
El afrodisíaco calamar.
Mi boca se comba,
La boca de Cristo
Cuando mi ingenio alcanza el fin de ello.
La cháchara de mis
Junturas de oro, mi manera de cambiar
A las rameras en rizos de plata
Desenrollar una alfombra, un silencio.
Y no hay fin, no hay fin de ello.
Yo nunca envejeceré. Nuevas ostras
Chillan en el mar y yo
Brillo como Fontainebleau
Gratificado,
Todas las caídas de agua un ojo
Sobre cuyo charco yo tiernamente
Me inclino y me veo.
29 de enero, 1963
- Snazzy, en el original: “moderno y elegante, de un modo que atrae la atención”.
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Sylvia Plath Poemas postreros
Niño Tu claro ojo es la única cosa absolutamente hermosa.
Yo deseo llenarlo con color y patos,
El zoológico de lo nuevo
Cuyos nombres tú meditas —
Campanilla blanca de abril, caña de la India,
Pequeño
Tallo sin surco
Estanque en el cual las imágenes
Serían grandes y clásicas
No esta turbulenta
Torcedura de manos, este oscuro
Cielo raso sin una estrella.
Sylvia Plath Poemas postreros
Bondad La bondad se desliza alrededor de mi casa.
¡Señora Bondad, ella es tan agradable!
Las joyas azules y rojas de sus aros humean
En las ventanas, los espejos
Están llenos con sonrisas.
¿Qué es tan real como el grito de un niño?
Un grito de un conejo puede ser tan salvaje
Pero no tiene alma.
El azúcar puede curarlo todo, así dice la Bondad.
El azúcar es un necesario fluido,
Sus cristales un pequeño emplasto.
¡Oh, bondad, bondad
Dulcemente picando pedazos!
Mis sedas japonesas, desesperadas mariposas,
Pueden ser prendidas con alfileres en cualquier minuto, anestesiadas.
Y aquí tú vienes, con una taza de té
Rodeada de vapor.
El chorro de sangre es poesía,
No hay detención a él.
Tú pones en mis manos dos niños, dos rosas.
1 de febrero, 1963
Sylvia Plath Poemas postreros
Palabras Ejes
Después cuyos trazos la madera anilla,
¡Y los ecos!
Ecos viajando
Desde el centro como caballos.
La savia
Fluye como lágrimas, como el
Agua esforzándose
Por restablecer su espejo
Sobre la roca
Que gotea y se transforma,
En una blanca calavera,
Comida por yerbosos verdes.
Años más tarde yo
Los encontraré a ellos en el camino —
Palabras secas y sin jinete,
Los infatigables enganches.
Mientras
Desde el fondo del charco, estrellas fijas
Gobiernan una vida.
1 de febrero, 1963
Sylvia Plath Poemas postreros
Contusión El color fluye al sitio, desvaído púrpura.
El resto del cuerpo está todo bañado,
El color de las perlas.
En un hoyo de la roca
El mar chupa obsesivamente,
Una cavidad el pivote del mar entero.
El tamaño de una mosca,
La marca del destino
Arrastra hacia abajo la pared.
El corazón se cierra,
El mar huye,
Los espejos están amortajados.
4 de febrero, 1963
Sylvia Plath
Poemas postreros
Globos aerostáticos Desde la Pascua de Navidad ellos han vivido con nosotros,
Sencillos y claros,
Ovalados animales con alma,
Se apropian de la mitad del espacio,
Moviéndose y frotándose sobre la seda
Invisibles objetos arrastrados por el aire,
Dan un chillido y un chasquido
Cuando son atacados, entonces vuelan para descansar, sólo temblando.
Amarilla serviola, azul pez —
Con tales extrañas lunas nosotros vivimos
¡En lugar de muertos muebles!
Esteras de paja, blancas paredes
Y esos viajantes
Globos de tenue aire, rojo, verde,
Deleite
Al corazón le gusta desear o libres
Pavos reales bendiciendo
El viejo terreno con una pluma
Batido con estrellados metales.
Tu pequeño
Hermano está creando
Su globo aerostático que chilla como un gato.
Parece ver
Un gracioso mundo rosado que él puede comer al otro lado del mundo,
Él muerde,
Entonces se sienta,
Gruesa botija
Contemplando un mundo claro como el agua.
Un rojo
Retazo en su pequeño puño.
5 de febrero, 1963
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28 de enero, 1963
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Poemas postreros
Borde La mujer está perfeccionada.
Su muerto
Cuerpo muestra la sonrisa de la consumación,
La ilusión de una necesidad griega
Fluye en las volutas de su toga,
Sus desnudos
Pies parecen estar diciendo:
Nosotros hemos venido de tan lejos, estamos acabados.
Cada niño muerto enrollado, una blanca serpiente,
Uno en cada pequeño
Jarro de leche, ahora vacíos.
Ella los ha doblado
Dentro de su cuerpo como pétalos
De una rosa que se cierra cuando el jardín
Se atiesa y los olores exudan
Desde las dulces, profundas gargantas de la flor de la noche.
La luna no tiene nada de qué entristecerse,
Mira fijamente desde su capucha de hueso.
Ella ha usado a este tipo de cosas.
Sus negros crujidos y arrastres.
5 de febrero, 1963
Papi Por Sylvia Plath
Ya no, ya no,
ya no me sirves, zapato negro,
en el cual he vivido como un pie
durante treinta años, pobre y blanca,
sin atreverme apenas a respirar o hacer achís.
Papi: he tenido que matarte.
Te moriste antes de que me diera tiempo…
Pesado como el mármol, bolsa llena de Dios,
lívida estatua con un dedo del pie gris,
del tamaño de una foca de San Francisco.
Y la cabeza en el Atlántico extravagante
en que se vierte el verde legumbre sobre el azul
en aguas del hermoso Nauset.
Solía rezar para recuperarte.
Ach, du.
En la lengua alemana, en la localidad polaca
apisonada por el rodillo
de guerras y más guerras.
Pero el nombre del pueblo es corriente.
Mi amigo polaco
dice que hay una o dos docenas.
De modo que nunca supe distinguir dónde
pusiste tu pie, tus raíces:
nunca me pude dirigir a ti.
La lengua se me pegaba a la mandíbula.
Se me pegaba a un cepo de alambre de púas.
Ich, ich, ich, ich,
apenas lograba hablar:
Creía verte en todos los alemanes.
Y el lenguaje obsceno,
una locomotora, una locomotora
que me apartaba con desdén, como a un judío.
Judío que va hacia Dachau, Auschwitz, Belsen.
Empecé a hablar como los judíos.
Creo que podría ser judía yo misma.
Las nieves del Tirol, la clara cerveza de Viena,
no son ni muy puras ni muy auténticas.
Con mi abuela gitana y mi suerte rara
y mis naipes de Tarot, y mis naipes de Tarot,
podría ser algo judía.
Siempre te tuve miedo,
con tu Luftwaffe, tu jerga pomposa
y tu recortado bigote
y tus ojos arios, azul brillante.
Hombre-panzer, hombre-panzer: oh Tú...
No Dios, sino un esvástica
tan negra, que por ella no hay cielo que se abra paso.
Cada mujer adora a un fascista,
con la bota en la cara; el bruto,
el bruto corazón de un bruto como tú.
Estás de pie junto a la pizarra, papi,
en el retrato tuyo que tengo,
un hoyo en la barbilla en lugar de en el pie,
pero no por ello menos diablo, no menos
el hombre negro que
me partió de un mordisco el bonito corazón en dos.
Tenía yo diez años cuando te enterraron.
A los veinte traté de morir
para volver, volver, volver a ti.
Supuse que con los huesos bastaría.
Pero me sacaron de la tumba,
y me recompusieron con pegamento.
Y entonces supe lo que había que hacer.
Saqué de ti un modelo,
un hombre de negro con aire de Meinkampf,
e inclinación al potro y al garrote.
Y dije sí quiero, sí quiero.
De modo, papi, que por fin he terminado.
El teléfono negro está desconectado de raíz,
las voces no logran que críe lombrices.
Si ya he matado a un hombre, que sean dos:
el vampiro que dijo ser tú
y me estuvo bebiendo la sangre durante un año,
siete años, si quieres saberlo.
Ya puedes descansar, papi.
Hay una estaca en tu negro y grasiento corazón,
y a la gente del pueblo nunca le gustaste.
Bailan y patalean encima de ti.
Siempre supieron que eras tú.
Papi, papi, hijo de puta, estoy acabada.
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Fue atractiva, de educación y cultura de grandes amplitudes, de enorme capacidad intelectual y poética, buena aceptación en los círculos literarios y una asombrosa precocidad para escribir. Tuvo becas, méritos, premios, fama, pretendientes. Todo ese palmarés no le bastó a su infierno interior, un despeñadero que ella trató de exorcizar a través de la escritura.
Sylvia tuvo el don de la palabra escrita y a este don se entregó y con ella su existencia en riesgo total. Como el mundo fue para ella un problema, entonces resolvió convertirse en un problema para el mundo.
"Estoy crudamente hecha para el éxito", afirma Sylvia de manera prosaica en su diario en abril de 1958.Y sin embargo no podía prever que el éxito se daría casi enteramente después de su muerte, y que sería irónico: por matarse impulsivamente dejó todo lo que más amaba, sus hijos y su valioso capital de trabajo en manos de quien consideraba su enemigo, su marido, TED HUGUES.
¿Es una casualidad que la línea de las altas exponentes de la poesía escrita por mujeres que marcaron -o hubieron de marcar- la literatura mundial, Safo, Woolf, Tsvetaeva, Plath, Sexton,Pizarnik, coincida tantas veces con la línea del suicidio?
¿Cuál es la tenebrosa relación que une el don de la palabra entregado con excelsitud a mujeres excepcionales y el costo de este terrible privilegio?
¿Es la locura la musa de la creatividad?
" Morir es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación...." |
Aquella mañana fría del 11 de febrero de 1963 Sylvia rompió definitivamente la campana, la prisión que la atenazaba desde su infancia. Se levantó pronto, en un acto de último amor materno preparó el desayuno a sus hijos, abrió la llave del gas y cocinó su propio cadáver.
El destino le jugó una última jugada macabra. Murió sin saber la enfermedad que padecía, EL TRASTORNO BIPOLAR, y aunque sin curación, remitía con un tratamiento tan simple como la administración de Litio.
¿Pero hubiera querido Sylvia? ¿Habría renunciado a esos magníficos poemas hechos en plena fase depresiva de su enfermedad y que modificarían la poesía americana? ¿Habría renunciado a esa póstuma fama perseguida con ahínco toda su vida y que harían de ella un mito literario?
El último poema que escribe, la víspera del suicidio, es una despedida irrevocable.
La mujer alcanza la perfección.
Su cuerpo
Muerto porta la sonrisa del deber cumplido,
La ilusión de una necesidad griega
Fluye por los papiros de su toga,
Sus pies desnudos
Parecen estar diciendo:
Hemos llegado hasta aquí, es el fin.
Dos bebés muertos hechos ovillo, serpientes blancas,
Cada uno prendido a un pellejo
De leche, ya vacío.
Ella los ha replegado
Hacia su cuerpo como pétalos
De una rosa que se cierra cuando el jardín
Se endurece y las fragancias sangran
Desde las dulces y profundas gargantas de la flor nocturna.
La luna no se habrá de entristecer,
Allá en su atalaya de hueso.
Tiene, de todo esto, la costumbre.
A rastras crujen sombras negras. |
Con su muerte nos privó de esos futuros libros que surgían a borbotones de sus entrañas y que a propósito plegó de nuevo hacia su cuerpo en un último gesto de rebeldía y desafío. |
Elena Fuentes Blanco |
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Sylvia Plath (Estados Unidos-1932/1963)
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PALABRAS PRELIMINARES
La desintegración de la vida
por Cecilia Bustamante
“El no ser perfecta, me hiere”, escribió Sylvia Plath en su Diario en 1957 En los años que trabajé en la traducción de su obra, estas palabras suyas han sido la vigilante mirada que juzga las versiones aparentemente terminadas de sus poemas al español. Sylvia fue una morbosa amante de la perfección. Aquello o aquellos que perturbaron la anhelada armonía de ese paisaje que ella se había prometido en el gran escenario donde sería la estrella sin competencia posible, caerían presa de sus versos, diseccionados con fruición. Mas fue ella su presa perfecta.
Sylvia comprobó en su condición humana, el mayor y más cruel impedimento para aquella correspondencia perfecta que quería plasmar entre la vida real y sus poemas. Y se volvió contra ella misma hasta finalmente destruirse.
Traducir la poesía de la Plath significa acercarse cuanto sea posible a su perturbadora vida, a los acontecimientos que la rodearon fuera de su control y a otros que ella misma provocó. Es también familiarizarse con los seres que la trataron. Sylvia nació en Boston en 1932 y se suicidó en Londres en noviembre de 1963. A los ocho años publicó su primer poema en un diario de Boston. Siempre fue estudiante distinguida y trabajó casi patológicamente en el acuñamiento de su estilo.
Estudió eventualmente con el poeta Robert Lowell, quien años más tarde y cuando ya ella había muerto, escribió en el prólogo de Ariel que no había adivinado el genio de Sylvia Plath detrás de su máscara conformista y su aire de «enloquecedora docilidad». El crítico A. Álvarez, amigo de la Plath, anotó también sobre «aquel aire transatlántico de ansiosa complacencia.»
George Steiner, quien fue también su amigo, dice que, pese a su sonrisa de covergirl, este ser «fieramente autonegador, autocontrolador, ansioso, reticente [...] logró una poesía de deslumbrante finura y control que sólo una necesidad irresistible pudo haberlos ocasionado». Robert Lowell acierta sutilmente al hablarnos de su «controlada alucinación» y de que su poesía es «la autobiografía de la fiebre». Que «la inmortalidad de su arte (tuvo como precio) la desintegración de la vida».
Esta desintegración es característica de su estilo, se suma o nace en su estado mental latente de esquizofrenia, lo que finalmente la llevará al suicidio después del fracaso de su matrimonio con el poeta inglés Ted Hughes. Para su estado alienado, el matrimonio resultó un precipitante, otro incompatible con su furiosa búsqueda de la perfección artística.
Al confrontar las exigencias del amor, de la maternidad, no puede sino anotar que «la perfección es terrible, no puede tener hijos». Helen Vendler, una de sus críticos, observa sin embargo que muchos de sus últimos poemas antes del suicidio son «contra la perfección y a favor de los niños». Pero la mirada, como parafrasea el poeta valenciano Talens, no puede repetirse idílica sobre el mismo paisaje.
Traducir a la Plath hubiera sido casi imposible a menos que yo misma le dedicara mucho tiempo a expensas de mi propia poesía. Se trataba de repetir el mismo afán perfeccionista. Siempre he lamentado que triunfara en ella «el glamour final del suicidio» y me haya impedido trabajar consultándola como lo hice con Denise Levertov, Robert Duncan, Robert Bly y el mismo Robert Lowell Cuando me quedaba indecisa sobre algún significado he recurrido a las grabaciones hechas por la BBC. Con suerte, alguna connotación en el habla, ciertos espacios, me daban una clave efectiva. En caso de que la duda no se disipara, he preferido esperar sin darme plazos, hasta que lo dicho, sugerido, pudiera transvasarse.
Algunas veces imaginaba que, si hubiera estado viva, ella habría sido con su exigencia, enemiga de los traductores. A lo mejor hubiera acuñado otra frase tan pegajosa como la de Robert Frost: «poesía es lo que se pierde en la traducción». Conocí a Robert Frost en mi adolescencia, en Lima; estaba con Ballanchine, amable y pausado en el pleno disfrute de su fama. Me obsequió de su puño y letra aquellos famosos versos: «…the woods are lovely dark and deep,/ but I have miles to go and promises to keep/ before I sleep...» Le guardé juvenil admiración pero su famosa frase me inhibió de intentar traducirlo, pese a que su poesía es la que los traductores califican como «fácil de traducir».
Lo positivo de esta timidez fue que sus palabras me hicieron precaver sobre ciertas palabras, ideas, mundos que la traducción a veces logra revertir. Por lo general, ocurren cuando el pensamiento es hermético, oscuro o mal expresado. Una creación literaria genial tendría la propiedad de ser interpretable lingüísticamente porque es a la vez una traducción íntima y personal de lo que el ojo físico y el ojo espiritual están discerniendo como existente y verdadero. Los mecanismos expresivos que nos ofrecería son entonces abiertos y libres.
Los escritores usan las palabras como verdaderos elementos creativos que tienen la intrínseca cualidad de generar cambio: cuanto más profunda esta característica, más radical el lenguaje. Éstos son los autores que resultan más difíciles de traducir, como César Vallejo, cuya traducción por Eshelman y Barcia nunca ha sido bien examinada.
No es pues, señor Frost, poesía lo que se pierde en la traducción, ahora que estoy en las últimas millas antes de dormir he aprendido que la traducción registra la debilidad del autor en el logro de su equivalencia entre la imagen, la forma, el contenido. Se oye decir que poetas difíciles de traducir son César Vallejo, Rainer María Rilke y, naturalmente, Joyce. Sin embargo, los intentos hechos por Clayton Eshelman y Robert Bly por traducir a Vallejo han servido para informar al mundo de habla inglesa. El interés de estos poetas-traductores ha incentivado en su tiempo, como hemos comprobado, la internacionalización de una obra. El deseo de hacer conocer lo que es la vanguardia e idiomas de otras partes es positivo, heroico.
Los traductores pueden dedicar mucho tiempo a este excesivo amor que no encontrará una correspondencia total. Si existiera esa posibilidad, implicaríamos que las lenguas y los seres humanos son idénticos. Y si insistiéramos en que la traducción debe lograr la perfección de correspondencia, corremos el peligro de auspiciar una forma estática, sin proyección, parecida a la muerte. En Hebreos 11:5 se nos dice que la transportación(translación) de una condición a otra es, por definición, «sin muerte».
La traducción abre el camino hacia la universalidad con que sueñan todos los creadores y es la mayor posibilidad de translación de una cultura a otra. Los mecanismos de desmontaje y análisis operando en la traducción son para el autor una prueba de fuego, el aguarregia que desnudan el genio y la mediocridad. La dinámica de la traducción da vida nueva a una obra, en que el hecho de aceptar la propiedad intrínseca de traducible proviene esencialmente de una interpretación (del mundo).
Sylvia Plath hubiera sido, si viviera, imposible de satisfacer en cuanto a sus traducciones. Aún más considerando que lo que recalca desde los primeros versos es que no quiere revelar el nombre: «ese nombre que no quiero pronunciar». Nomenest Omen, pero ella quiere esquivar su destino intuido y cercano. Sylvia se desespera por «los siglos que me quedan por comprender antes de dormir» (los miles togo, de Frost). Los amables y seductores bosques de Robert Frost la aprisionan en su luz y también en su oscuridad. El camino que ella quiere recorrer es un desafío al entendimiento, un riesgo de muerte. La autenticidad de su visión no le da espacio para hacer un tratado con la vida y esta poeta, maga y vidente, bruja y adivina, amante del conocimiento oculto en su vida real, conjura poesía y vida, su propia historia en busca de la verdad.
Sylvia jugó siempre en las zonas prohibidas del ocultismo, el espiritismo y con su propia mente. Abandoné a tiempo las dos primeras aficiones, pero ayudaron a descifrar los signos de sus poemas. Ella se desplaza familiarizándose con la presencia de la muerte en un juego extraño en el que se comprende con Ann Sexton—y de allí extrae para sus lectores, poemas tremantes, tenebrosos, desnudos, hirientes—. Cuando escribe su poema «The Disquieting Muses» nos revela: «he tenido en la mente a lo largo de todo el poema las enigmáticas figuras del cuadro, tres terribles maniquíes sin rostro, sus vestidos helénicos... bajo una extraña y clara luz que proyectan alargadas sombras características de la primera obra de de Chirico. Los maniquíes sugieren una versión siglo XX de otros siniestros tríos de mujeres: las tres parcas, las tres brujas de Macbeth y las hermanas de la locura, de Quincey.»
Con estos datos y elementos plásticos tenemos los instrumentos para reordenar en el otro idioma la visión poética bajo la presencia del mito. Las formas deberán cobrar contenido dentro de esa «luz clara, extraña» que le es tan querida, habrá que convocarlas y hacerlas convergir en una aproximación al destino. Todo su discurso será elaboradamente trabajado, las palabras han sido elegidas, desechadas, cinceladas, confrontadas creativamente, funcionalmente, atentos el ojo y el oído y algo olvidado, el corazón. Todo este proceso lo describe el poeta en el gran poema que es toda su obra, para que el lector lo acompañe a pronunciar el nombre final: el destino que como una premisa se negó inicialmente a pronunciar.
Traducir esta vida y destino final es un acto audaz y amoroso. Durante la decodificación-translación-transportación de un sistema a otro de signos, es posible que se inmiscuyan otros signos adicionales intentando definir a otros originales y rebeldes, difíciles, cuya equivalencia puede hacernos sufrir, pero jamás traicionar aquella integridad que poseyó, por ejemplo, la Plath.
El lector puede ahora, gracias a la traducción, conocer ese mundo alucinado de esta «heroína clásica, surreal, hipnótica… este ser frágil ante lo implacable, pero persistente y a veces negativo del mundo natural…» Podemos percibir en cualquier idioma, el zumbido de «la abeja reina» que se detiene en sus poemas. Podemos reconocer mientras traducimos que el hecho de haberse identificado como imperfecta, nos hirió también. Una versión previa se leyó en el simposio
Literary Relations and International Literature
Universidad de Texas en Austin, 1980 |
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Sylvia Plath(Estados Unidos-1932/1963)
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Lady Lazarus |
Lo logré otra vez,
Me las arreglo —
Una vez cada diez años.
Especie de fantasmal milagro, mi piel
Brillante como una pantalla nazi,
Mi diestro pie
Es un pisapapel,
Mi rostro un fino lienzo
Judío y sin rasgos.
Descascara la envoltura
Oh, mi enemigo,
¿Aterro acaso? —
¿La nariz, las cuencas vacías, los dientes?
El apestoso aliento
Se desvanecerá en un día.
Pronto, muy pronto, la carne
Que la tumba devoró
Se sentirá bien en mí
Y yo una mujer que sonríe.
Tengo sólo treinta años.
Y como gato he de morir nueve veces.
Esta es la Número Tres.
Qué desperdicio
Eso de aniquilarse cada década.
Qué millón de filamentos.
La multitud mascando maní se agolpa
Para verlos.
Cómo me desenvuelven la mano, el pie —
El gran desnudamiento.
Damas y caballeros.
Estas son mis manos
Mis rodillas.
Soy tal vez huesos y pellejo.
Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer.
La primera vez que sucedió tenía diez.
Fue un accidente.
La segunda vez pretendí
Superarme y no regresar jamás.
Oscilé callada.
Como una concha marina.
Tenían que llamar y llamar
Recoger mis gusanos como perlas pegajosas/
Morir
Es un arte, como cualquier otra cosa.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Lo hago para sentirme hasta las heces.
Lo ejecuto para sentirlo real.
Podemos decir que poseo el don.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Muy fácil hacerlo y no perder las formas.
Es el mismo
Retorno teatral a pleno día
Al mismo lugar, mismo rostro, grito brutal
Y divertido:
“Milagro!”
Que me liquida.
Luego una carga a fondo
Para ojear mis cicatrices, y otra
Para escucharme el corazón –
De verdad sigue latiendo.
Y hay otra y otra arremetida grande
Por una palabra, por tocar
O por un poquito de sangre
O por unos cabellos o por mi ropa.
Bien, bien, está bien Herr Doktor.
Bien. Herr Enemigo.
Yo soy vuestra obra maestra,
Su pieza de valor,
La bebé de oro puro
Que se disuelve con un chillido.
Me doy vuelta y ardo.
No creas que no valoro tu gran cuidado.
Ceniza, ceniza —
Ustedes atizan, remueven.
Carne, hueso, nada queda 00
Una barra de jabón,
Una alianza de bodas.
Un empaste de oro.
Herr Dios, Herr Lucifer
Cuidado.
Cuidado.
Desde las cenizas me levanto
Con mi cabello rojo
Y devoro hombres como el aire.
De Ariel, Harper & Row.New York, 1965 |
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Hombre de negro |
Reciben el ímpetu
Y se amamantan de la mar gris
A la izquierda y la ola
Abre su puño contra el elevado
Promontorio alambrado de púas
De la prisión de Deer Island
Con sus cuidados criaderos,
Corrales y pastos de ganado
A la derecha, el hielo de marzo
Abrillanta aún los pocitos en las peñas,
Acantilados de arenas penetrantes
Se levantan de un gran banco de piedra
Y tú, contra esas blancas piedras
Caminabas en tu órfica chaqueta
Negra, negros zapatos, cabello negro
Te detuviste allí,
Detenido vértice
En la punta lejana,
Afianzando piedras, aire,
Todo ello, al unísono.
De The Colossus and other poems, c. 1962. Knopf, New York, 1967 |
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Daddy |
Ya no me quedas no me calzas más
zapato negro, nunca más.
Allí dentro vivía como un pie
durante treintaitantos años, pobre y blanca,
sin atreverme a respirar ni decir achú.
Papacito he tenido que liquidarte.
Estabas muerto antes de que hubiese tenido tiempo
Pesado como mármol, talega llena de Dios,
estatua lúgubre una sola pezuña parda
Grande como un sello de San Francisco.
Una sola cabeza sobre el caprichoso Atlántico
Donde derrama granos verdes sobre el azul
Aguas afuera de la hermosa Nauset.
Me acostumbré a rezar para que volvieras.
Ach, du.
En la lengua alemana, en el pueblo polaco,
Raídos, nivelados por la aplanadora
De las guerras, las guerras, las guerras.
Pero el nombre del pueblo no es extraño.
Dice mi amigo el polaco.
Que hay más de una docena
De modo que no puedo acertar dónde
Tú pusiste la planta, tu raíz,
Yo nunca pude hablarte
Se me pegaba la lengua al paladar.
Se trabó en una trampa alambrada de púas
Ich, ich, yo, yo.
Apenas si podía hablar,
Creía que todo alemán eras tú
Y el obsceno lenguaje
Una máquina, era una máquina
Insultándome como a una judía.
Otro judío a Dachau, Auschwitz, Belsen.
Como judía empecé a hablar
Y pienso que muy bien judía puedo ser.
Las nieves del Tirol, la cerveza de Viena
No son tan puras ni tan auténticas.
Con mi linaje gitano y mi extraña suerte
Y mi mazo de Tarot, mis cartas de Tarot
Muy bien puedo ser algo judía.
Siempre te he tenido a ti
Con tu Luftwaffe, con tu glugluglú,
Y tu recortado bigote
Y tu ojo ario, azul celeste.
Hombre-panzer. Oh, tú...
No Dios, sino una esvástica
Tan negra que ningún cielo podría cernirse.
Toda mujer adora a un fascista,
la bota en la cara, el brutal
brutal corazón de una bestia como tú.
De pie estás en la pizarra, papi,
En la fotografía que tengo de ti,
Una hendidura en la barbilla
En vez de en tu pie.
Pero no menos demonio por eso, no,
No menos que el hombre de negro.
Qué puso freno a mi lindo y rojo corazón
Tenía diez años cuando te enterraron.
A los veinte intenté morir
Y regresé, regresé a ti
Pensé que hasta mis huesos volverían también.
Pero me sacaron de la talega
Y me reconstruyeron con goma.
Y entonces supe qué hacer.
Hice un modelo de ti.
Un hombre de negro con aire de Meinkampf.
Amante del tormento y la deformación
Yo dije sí, sí quiero.
Así, papito, he terminado al fin.
El teléfono se arrancó de raíz,
Las voces ya no pueden carcomerme más.
He matado a un hombre, he matado a dos
Al vampiro que dijo ser tú
Y bebió de mi sangre todo un año,
Siete años si quieres enterarte,
Papito, puedes descansar en paz ahora.
Hay una estaca en tu negro, burdo corazón,
A los aldeanos nunca les gustaste.
Están bailando y zapateando sobre ti,
siempre supieron que eras tú
Papito, papito: escúchame bastardo, acabada estoy.
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Amapolas en julio |
Pequeñas amapolas, llamitas infernales,
¿es que daño no hacéis?
Se apagan y reviven. No puedo tocarlas.
En su fuego pongo las manos. Nada se incendia.
Contemplarlas me consume
Llameando así, su rojo ajado y brillante como piel
de alguna boca.
¡Una boca recién ensangrentada
pequeñas faldas sangrientas!
Hay efluvios que no puedo asir.
¿Dónde están tus opios, tus asquerosas cápsulas?
¡Si pudiera desangrarme y dormir! —
¡Si pudiera mi boca unir a una herida así!
Oh, vuestros líquidos rezuman en mí, cápsula de vidrio
Apagándose y aquietándose.
Mas, sin color, sin color. Descoloridamente.
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Los cuatro poemas que anteceden fueron traducidos por Cecilia bustamante
Publicado inicialmente en Ciberayllu |
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Espejo |
Soy plateado y exacto. No tengo preconceptos.
Cuanto veo, lo trago inmediatamente
Tal cual es, sin empañar por amor o desagrado.
No soy cruel, sólo veraz:
Ojo de un pequeño dios, cuadrangular.
Casi todo el tiempo medito en la pared de enfrente.
Es rosada, con lunares. La he mirado tanto tiempo
Que creo que es parte de mi corazón. Pero fluctúa.
Las caras y la oscuridad nos separan una y otra vez.
Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí,
Buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
Luego se vuelve hacia esas mentirosas, las bujías o la luna.
Veo su espalda y la reflejo fielmente.
Me recompensa con lágrimas y agitando las manos.
Soy importante para ella. Que viene y se va.
Todas las mañanas su cara reemplaza la oscuridad.
En mí ella ahogó a una muchachita y en mí una vieja
Se alza hacia ella día tras día, como un pez feroz.
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mingo, 04 De Marzo De 2007 CANCIÓN DE AMOR DE LA JOVEN LOCA
Cierro los ojos y el mundo muere;
Levanto los párpados y nace todo nuevamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
Sin sentir galopa la negrura:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Soñé que me hechizabas en la cama
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:
Escapan serafines y soldados de satán:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Imaginé que volverías como dijiste,
Pero crecí y olvidé tu nombre.
(Creo que te inventé en mi mente).
Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti;
Al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.
Cierro los ojos y el mundo muere.
(Creo que te inventé en mi mente)
LÍMITE
(último poema, escrito la víspera del suicidio)
La mujer alcanzó la perfección.
Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización,
la apariencia de una necesidad griega
fluye por los pergaminos de su toga,
sus pies desnudos parecen decir,
hasta aquí hemos llegado, se acabó.
Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
uno a cada pequeña jarra de leche ahora vacía.
Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo;
así los pétalos de una rosa cerrada,
cuando el jardín se envara
y los olores sangran de las dulces gargantas
profundas de la flor de la noche.
La luna no tiene por qué entristecerse,
mirando con fijeza desde su capucha de hueso.
Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negros crepitan y se arrastran.
Domingo, 11 De Septiembre De 2005
Sylvia
Es muy importante conocer la vida de cualquier artista; pues de alguna manera siempre se plasma en sus creaciones. Sin embargo, lo que se suele conocer a través de unos datos biográficos no es suficiente. Para hablar de Sylvia es imposible separar su vida de su obra, se podría decir que más que estar ligadas se fusionan. Las frustraciones de la vida doméstica, la condición de ser mujer, ser escritora, madre, esposa, su personalidad frágil, insegura a la par que ambiciosa, exigente, la obsesión con la muerte, los celos, la soledad, la muerte de su padre…todo hizo conformar un espíritu con el que le fue imposible sobrevivir. Y todo, absolutamente todo, lo refleja en su obra, en sus poemas, donde alcanza un lenguaje muy personal, un uso de la metáfora perfecto, donde ficción y realidad se unen. Convierte la introspección en arte y surge una de las voces clave de la poesía del siglo XX.
Sylvia Plath nació en Boston, Massacusetts (Estados Unidos) un 27 de octubre de 1932. Sus padres, Otto Emil Plath y Aurelia Schober, ambos descendientes de alemanes, se dedicaban a la enseñanza. En 1935 nacería el hijo menor de la familia, Warren, momento en el cual, se trasladarían a Whithdrop.
En 1940 fallece su padre. Desde muy pequeña escribía su diario y poemas, mostró ser muy sensible, frágil, inteligente pero muy insegura, así que el hecho de perder a su padre, casi se podría decir que no solo la marcó en exceso, sino que la sentenció.
Sylvia, Aurelia y Warren. 1950.
Sylvia presentó así este poema: "Este poema lo dice una muchacha con complejo de Electra. Su padre se murió cuando ella lo creía Dios. Su caso viene complicado por el hecho de que el padre era nazi y la madre, muy posiblemente, algo judía. En la hija, las dos tendencias se unen y se paralizan: para liberarse, tien que interpretar la pequeña alegoría de una vez por todas".
Aunque en este poema hay algunas referencias autobiográficas, quien habla no es Sylvia, sino un personaje. Ella no tenía diez años cuando murió su padre, sino ocho. No se le conocen antecedentes judios, y su padre, Otto Plath, murió al año de comenzar la segunda guerra mundial, no participó jamás en el movimiento nazi.
PAPI
Ya no, ya no,
ya no me sirves, zapato negro,
en el cual he vivido como un pie
durante treinta años, pobre y blanca,
sin atreverme apenas a respirar o hacer achís.
Papi: he tenido que matarte.
Te moriste antes de que me diera tiempo…
Pesado como el mármol, bolsa llena de Dios,
lívida estatua con un dedo del pie gris,
del tamaño de una foca de San Francisco.
Y la cabeza en el Atlántico extravagante
en que se vierte el verde legumbre sobre el azul
en aguas del hermoso Nauset.
Solía rezar para recuperarte.
Ach, du.
En la lengua alemana, en la localidad polaca
apisonada por el rodillo
de guerras y más guerras.
Pero el nombre del pueblo es corriente.
Mi amigo polaco
dice que hay una o dos docenas.
De modo que nunca supe distinguir dónde
pusiste tu pie, tus raíces:
nunca me pude dirigir a ti.
La lengua se me pegaba a la mandíbula.
Se me pegaba a un cepo de alambre de púas.
Ich, ich, ich, ich,
apenas lograba hablar:
Creía verte en todos los alemanes.
Y el lenguaje obsceno,
una locomotora, una locomotora
que me apartaba con desdén, como a un judío.
Judío que va hacia Dachau, Auschwitz, Belsen.
Empecé a hablar como los judíos.
Creo que podría ser judía yo misma.
Las nieves del Tirol, la clara cerveza de Viena,
no son ni muy puras ni muy auténticas.
Con mi abuela gitana y mi suerte rara
y mis naipes de Tarot, y mis naipes de Tarot,
podría ser algo judía.
Siempre te tuve miedo,
con tu Luftwaffe, tu jerga pomposa
y tu recortado bigote
y tus ojos arios, azul brillante.
Hombre-panzer, hombre-panzer: oh Tú...
No Dios, sino un esvástica
tan negra, que por ella no hay cielo que se abra paso.
Cada mujer adora a un fascista,
con la bota en la cara; el bruto,
el bruto corazón de un bruto como tú.
Estás de pie junto a la pizarra, papi,
en el retrato tuyo que tengo,
un hoyo en la barbilla en lugar de en el pie,
pero no por ello menos diablo, no menos
el hombre negro que
me partió de un mordisco el bonito corazón en dos.
Tenía yo diez años cuando te enterraron.
A los veinte traté de morir
para volver, volver, volver a ti.
Supuse que con los huesos bastaría.
Pero me sacaron de la tumba,
y me recompusieron con pegamento.
Y entonces supe lo que había que hacer.
Saqué de ti un modelo,
un hombre de negro con aire de Meinkampf,
e inclinación al potro y al garrote.
Y dije sí quiero, sí quiero.
De modo, papi, que por fin he terminado.
El teléfono negro está desconectado de raíz,
las voces no logran que críe lombrices.
Si ya he matado a un hombre, que sean dos:
el vampiro que dijo ser tú
y me estuvo bebiendo la sangre durante un año,
siete años, si quieres saberlo.
Ya puedes descansar, papi.
Hay una estaca en tu negro y grasiento corazón,
y a la gente del pueblo nunca le gustaste.
Bailan y patalean encima de ti.
Siempre supieron que eras tú.
Papi, papi, hijo de puta, estoy acabada.
Graduación,1950.
Tras la muerte de Otto, se trasladaron a Wellesley. Ya en el instituto, publicó su primer escrito, en la revista “Seventeen”. En su etapa universitaria también le publicaron otro que incluso fue galardonado. Fue en este periodo de su vida cuando intentó suicidarse por primera vez (1950-1955).
Más tarde consigue una beca que le permite viajar a Inglaterra y acudir a la universidad de Cambridge. Allí conocerá al también poeta Ted Hughes, con quien se casará y tendrá dos hijos, Frida, nacida en 1960 y Nicholas en 1962.
Sylvia y Ted, 1959.
EL ENCANTADOR DE SERPIENTES
Los dioses comenzaron un mundo, el hombre otro,
y así el encantador de serpientes comienza:
bocaflauta, ojoluna. Toca: verdisono, acuifónico.
La faluta verdifluída hasta ser verdimóvil
asume sus languideces juncales y ondulosas.
Sus notas verdes se engastan, el río se descompone.
imágenes en torno a su música. Toca
abriéndose un lugar en que erguirse, sin rocas
ni suelo: de oscilantes lenguas de hierba onda
le sostiene.Y su mundo serpentino recrea
de cimbreos y súbitos resortes, desde el fondo
de su mente reptil. Y ahora culebras
se ven. Y las escamas serpentinas se han vuelto
hojas y luego párpados; cuerpos dúctiles, ramas
pechos de árbol y hombre. y él, de este mundo dentro
rije las contorsiones que hacen que sea serpiente
y su poder ductísono evidente con sólo
esta flauta exigüisima. De este nido saldrá
como el mismo ombligo del edén mundo luengo
de reptantes generaciones Fiat serpente!!
y las serpiente fueron , son y seran; y un tiempo
vendrá y consumirá al flautista, su música
le cansará y el mundo volverá a la sencilla
tela de urdimbre y trama serpentina. Y él busca
tejer una acuiverde confusión serpentina
hasta que no haya más serpientes y las aguas
vuelvan a su verdor y a su forma prístina.
Y los párpados cierra y reposa la flauta.
Como dijo Anne Sexton, escritora y amiga de Sylvia, "quizá la mente creadora que explora sus angustias más profundas sea el único espejo que el arte pueda ofrecernos hoy, y es muy posible que la única liberación de un mundo que niega los valores del amor y la vida sea precisamente el mundo de la muerte".
La relación con su madre tampoco fue fácil, a ella dedicó además, muchas cartas que posteriormente fueron publicadas.
LAS MUSAS INQUIETANTES
MADRE , ¿ a qué antipática, grosera
o rara tía o prima te olvidaste
invitar a mi bautizo, de modo
que enviara a estas damas en vez suya
con cabezas cual huevos, que asintieron
y asintieron al fondo y a la izquierda
y a la cabezera de mi cuna?
Madre, que me inventabas historietas
del oso Patasnegras, oso heroíco,
oh madre, cuyas brujas siempre, siempre
acaban en pasteles de jengibre,
¿quién llamó a estas damas?
¿las expulsaste de mi lado
cuando, de noche y a mi cabecera
asentían sin voz sus testas calvas?
Cuando en el viento las doce ventanas
crujían del despacho de mi padre
como burbujas que revientan, tú
nos dabas a mi hermano y a mí pastas
y nos llevabas luego al coro"Thor
está enfadado ¡pum pum pum!, Thor
está enfadado, ¡pues nos da lo mismo! "
Pero esas damas rompían los cristales.
Cuando bailaban de puntillas todas
las alumnas lucientes cual luciérnagas
cantando la canción de la falena
ni un pie siquiera levantar podía
yo, dentro del ropón, torpona, aparte
echábanme a la sombra aquellas feas
madrinas, tú llorabas y llorabas:
venía la sombra e íbanse las luces.
Madre, me hiciste aprender el piano
y elogiabas mis trémoles, mis trinos,
aunque el maestro hallaba que mis dedos
eran de madera a pesar de las claves
y las horas de práctica, mi oído,
sordo a toda armonía , se volvía
inenseñable. Aprendí en otros sitios,
de musas que tú, madre, no sabías.
Desperté una mañana y te vi, madre
flotando sobre mí en el aire azul
sobre un globo tan verde que lucía
con un millón de pájaros y flores,
nunca, nunca jamás vistos por nadie.
Pero el pequeño planeta alejóse
como burbuja y tú gritabas:¡ven!
Y Yo, rodeada de mis compañeros.
Ahora noche, ahora día, y en el fondo
junto a la cabecera, me vigilan
con sus batas de piedra, inexpresivas
como cuando nací, sus sombras largas
al sol que nunca sale ni se pone.
Y éste es el reino en que me naciste,
madre, madre, mas no te lo reprocho
ni haré traición a los que me acompañan.
Sus dos únicos libros publicados en vida fueron el poemario titulado “El Coloso” (1960) y la novela “La campana de cristal” (1963), que debido a su inseguridad sobre el valor literario de la novela y porque utilizaba mucho material autobiográfico, utilizó el seudónimo de Victoria Lucas. Tras la muerte de Sylvia, Ted Hughes recopiló otros poemas bajo el título de “Ariel” (1965), que le valió para dar a conocer a la escritora, ya que hasta entonces, aún era casi una desconocida. Más tarde Ted editó “Poemas completos” (1981) que ganó el Premio Pulitzer en 1982.
En definitiva, a Sylvia le esperaba la fama y reconocimientos como escritora tras su muerte. Dejó bastante material sin publicar y que tanto Ted como la propia madre de Sylvia se han encargado de ir publicando, obviamente habiendo pasado ciertos filtros, especialmente de sus diarios.
Pero más allá de todas las especulaciones sobre su persona, la mejor manera de conocerla, como quizás, no puede ser de otra forma, es leer su obra, ahí encontraremos sobre todo, aquello a lo que ella no pudo renunciar.
Sylvia con sus hijos Frida y Nicholas.
Sylvia presentó así este poema en la BBC: "Una madre atiende a su hijo a la luz de una vela; encuentra en él una belleza que, si no va a bastar para guardarlo de los males del mundo, sí, por lo menos, la redime a ella de su parte en esos males".
NICK Y LA PALMATORORIA
Soy minero. La luz arde azul.
Ceúleas estalactitas
gotean y se espesan: lágrimas
que el vientre de la tierra
rezuma de mortal aburrimiento.
Negros aires de murciélago
me envuelven: chales andrajosos,
fríos homicidios.
Se me pegan como ciruelas.
Gruta antigua de carámbanos
de calcio, antigua formadora de ecos.
¡Hasta los tritones son blancos,
los muy santurrones!
Y los peces, los peces...
¡Dios! Son láminas de hielo,
un vicio de cuchillos,
una religión
de pirañas, que toma
primera comunión de mis dedos del pie vivos.
La vela
traga saliva y recupera su pequeña altura,
se animan sus amarillos.
Amor, ¿cómo llegaste aquí?
Oh embrión
que recuerdas, hasta en sueños,
tu posición cruzada.
La sangre florece limpia
en ti, rubí.
El dolor
al que te despiertas no te pertenece.
Amor, amor:
he puesto en nuestra gruta colgaduras de rosas,
con mullidas alfombras:
los últimos detalles victorianos.
Que las estrellas
caigan a plomo en su oscura dirección;
que los mutiladores
átomos mercuriales caigan gota a gota
en el pozo terrible:
tú eres el sólido
en que se apoyan los espacios, envidiosos.
Tú eres el niño del portal.
El último poema que escribe es el titulado “Filo”, claramente es una despedida. Se suicida un 11 de septiembre de 1963 en Londres.
FILO
La mujer alcanzó la perfección.
Su cuerpo
muerto muestra la sonrisa de realización;
La apariencia de una necesidad griega
fluye por los pergaminos de su toga;
sus pies
desnudos parecen decir:
hasta aquí hemos llegado, se acabó.
Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
uno a cada pequeña
jarra de leche, ahora vacía.
Ella los ha plegado
de nuevo hacia su cuerpo; así los pétalos
de una rosa cerrada, cuando el jardín
se envara y los olores sangran
de las dulces gargantas profundas de la flor de la noche.
La luna no tiene por qué entristecerse,
mirando con fijeza desde su capucha de hueso.
Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negros crepitan y se arrastran.




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| Reseña biográfica Poeta y ensayista norteamericana nacida en Jamaica Plain, suburbio de Boston, Massachusetts, en 1932.
Procedente de una familia de ascendencia alemana, mostró desde pequeña un gran talento para la poesía escribiendo sus primeros poemas a la edad de ocho años. Sin embargo muy pronto presentó un severo trastorno bipolar que la condujo al primer intento de suicidio antes de los diecisiete años. Sometida a un intenso tratamiento psiquiátrico, pudo graduarse con honores en 1955 en el prestigioso Smith College. Obtuvo una beca Fulbright para la Universidad de Cambridge, donde continuó escribiendo poesía y conoció al poeta Ted Hughes, con quien se casó en 1956.
Su menguada salud, sumada al divorcio en 1962, la llevaron a quitarse la vida un año después.
Su obra fue reconocida posteriormente gracias al impulso recibido por parte de Hughes, quien se encargó de promoverla. Fue la primera poeta en recibir post-mortem el Premio Pulitzer por el conjunto de su obra. © |

Poemas de Sylvia Plath:
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 De "El Coloso" 1960
Versiones de Jesús Pardo
Canción putesca
La blanca helada se acabó,
los sueños verdes nada valen,
tras un mal día de trabajo
llega el momento de la sucia puta:
su simple fama llena nuestra calle.
Todos los hombres:
blancos, rubicundos, negros
derivan hacia su forma desmañanada.
Fijaos, os pido, en esa boca
hecha para bofetadas
en ese rostro costuroso
sesgado a fuerza de pintarrajos, hondones, marcas,
violado por cada hosco año.
Ningún hombre se le acerca
que sea capaz de concentrar aliento
con que corcusir fuego de amor en tan fétida mueca
como apuntan
mis castísimos ojos
saliendo de charco, zanja, trago.
* * * * *
El jardín solariego
Las fuentes resecas, las rosas terminan.
Incienso de muerte. Tu día se acerca.
Las peras engordan como Budas mínimos.
Una azul neblina, rémora del lago.
Y tú vas cruzando la hora de los peces,
los siglos altivos del cerdo:
dedo, testuz, pata
surgen de la sombra. La historia alimenta
esas derrotadas acanaladuras,
aquellas coronas de acanto,
y el cuervo apacigua su ropa.
Brezo hirsuto heredas, élitros de abeja,
dos suicidios, lobos penates,
horas negras. Estrellas duras
que amarilleando van ya cielo arriba.
La araña sobre su maroma
el lago cruza. Los gusanos
dejan sus sólitas estancias.
Las pequeñas aves convergen, convergen
con sus dones hacia difíciles lindes.
* * * * *
Hongos
De noche, muy
blancos, discretos,
muy silenciosos
nuestros pies, nuestras
narices captan
la tierra, el aire.
Nadie nos ve,
para, traiciona;
los granos abren
paso, los puños
púas apartan
y hojas tupidas,
incluso alfombras.
Mallos, arrietes,
sordos y ciegos,
del todo mudos,
agrandan grietas,
sondean huecos.
De agua vivimos,
de migas de aire,
suaves pedimos:
o todo o nada.
¡Somos tantísimos!
¡Somos tantísimos!
Somos estantes,
mesas, muy dóciles
y comestibles,
entrometidos
involuntarios.
Somos fecundos:
mañana el mundo
será ya nuestro:
ya os avisamos.
* * * * *
Lorelei
No es noche ésta de ahogarse:
luna llena, reacio
río bajo luz suave,
acuosas nieblas bajan
tupidas como redes
cuyos dueños reposan,
traduciéndose en vidrio
lúcido mientras flotan
las torres del castillo
hacia mí hiriendo el rostro
del silencio. Ascienden
sus miembros poderosos
y álgidos, pelo grave
más que mármol, y cantan
de un mundo más amable
que ninguno. Estos cantos,
hermanas, sobrepasan
al oído gastado
que aquí, en el campo, escucha
bajo el orden impuesto.
La armonía caduca
el orden que vosotras
sitiáis con vuestras voces.
Vivís entre las rocas
de oníricas promesas
de refugio. De día
bajáis de la pereza,
de altas ventanas. Peor
que vuestro enloquecido
canto o mudez. La voz
de vuestro fondo llama:
embriaguez del abismo.
Oh río, veo tu larga
y honda línea argentina,
esas diosas de paz.
Piedra, piedra, me abismas.
* * * * *
Otoño de ranas
El verano envejece, madre fría,
y los insectos son raros y escuálidos.
En este hogar palustre solamente
graznamos, nos ajamos.
Las mañanas se van en somnolencia.
El sol tardíamente nos alumbra
entre cañas sin nervio. Moscas fáltanos.
El helecho se muere.
La helada hasta la araña envuelve.
Cierto que el dios de la abundancia
por aquí anda. Nuestra gente
adelgaza, da pena.
* * * * *
Metáforas
Adivíname: nueve sílabas
tengo, elefante, casa grande,
melón con sólo dos tentáculos.
¡Oh fruta, marfil, leño fino!
Dinero nuevo en este bolso.
Soy medio, escena, vaca grávida.
Comí muchas manzanas verdes.
Del tren en que voy nadie baja.
* * * * *
Solterona
Esta chica de quien hablamos
en un paseo de abril ceremonioso
con su último pretendiente
súbitamente se asombró muchísimo
del charlar de los pájaros
y las hojas caídas.
Así, afligida, ella
vio que los ademanes de su amante
agitaban el aire y se irritó
entre el caos de flores y de helechos
acres. Juzgó los pétalos
confusos, la estación ajada.
¡Cómo deseó el invierno!
Austeramente, en orden minucioso
de blanco y negro
de hielo y roca, todo deslindado,
de corazón a fría disciplina
sometió, exacto cual copo de nieve.
Pero he aquí: un capullo
de sus cinco sentidos de gran dama
una grosera confusión deduce:
traición intolerable. Que el idiota
se rinda al caos de la primavera:
prefirió retirarse.
Y rodeó su casa
de alambradas y muros impasables
contra el tiempo rebelde
tanto que nadie lo rompiera
con maldiciones, puños, amenazas,
ni con amor tampoco.
De "Cruzando el océano" 1971 Versiones de Jesús Pardo No es fácil expresar lo que has cambiado.
Si ahora estoy viva entonces muerta he estado,
aunque, como una piedra, sin saberlo,
quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo.
No me moviste un ápice, tampoco
me dejaste hacia el cielo alzar los ojos
en paz, sin esperanza, por supuesto,
de asir los astros o el azul con ellos.
No fue eso. Dormí: una serpiente
como una roca entre las rocas hiende
el intervalo del invierno blanco,
cual mis vecinos, nunca disfrutando
del millón de mejillas cinceladas
que a cada instante para fundir se alzan
las mías de basalto. Como ángeles
que lloran por la gente tonta hacen
lágrimas que se congelan. Los muertos
tenían yelmos helados. No les creo.
Me dormí como un dedo curvo yace.
Lo primero que vi fue puro aire
y gotas que se alzaban de un rocío
límpidas como espíritus. y miro
densas y mudas piedras en tomo a mí,
sin comprender. Reluzco y me deshojo
como mica que a sí misma se escancie,
igual que un líquido entre patas de ave,
entre tallos de planta. Mas no pienses
que me engañaste, eras transparente.
Árbol y piedra nítidos, sin sombras.
Mi dedo, cual cristal de luz sonora.
Yo florecía como rama en marzo:
una pierna y un brazo y otro brazo.
De piedra a nube iba yo ascendiendo.
A una especie de dios ya me asemejo,
hiende el aire la veste de mi alma
cual pura hoja de hielo. Es una dádiva.
* * * * *
¡Nunca me liberaré de esto! Ahora soy dos personas:
ésta, completamente blanca, y la antigua, amarilla,
y la blanca es, sin duda, la más importante.
No necesita alimentos, es, ciertamente, uno de los santos
indudables. Al principio la odiaba, carecía de lógica propia.
Se pasaba los días en la cama conmigo, igual que un cadáver,
y yo me asustaba, pues su forma era idéntica a la mía,
aunque mucho más blanca, e irrompible, y jamás se quejaba.
Era tan fría que me tuvo despierta una semana.
Yo le echaba la culpa de todo, pero ella jamás respondía.
¡Qué ridícula conducta, yo no la entendía! Pero ella
guardaba silencio. La pegaba, pero no se movía,
pacifista sincera, y entonces me dije que deseaba mi amor:
comenzó a ser más cálida, y vi entonces sus muchas virtudes.
Sin mí no existiría, por eso me mostraba cariño.
Yo le daba alma, florecía de ella cual rosa
florece de un jarrón de porcelana barata,
era yo quien brillaba, no ella con su pulcra blancura,
como había pensado al principio. Yo entonces
la protegía un poco y ella estaba encantada, era claro
que su mente de esclava la regía.
Yo aceptaba su culto y a ella le encantaba.
Matinal, despertábame del sol al reflejo. En su torso
sorprendentemente albo lucía su pulcra
nitidez, y su calma y su dura paciencia:
mimaba mis debilidades como experta enfermera,
poniendo mis huesos en su sitio, para que se curasen.
Y, así, nuestro vínculo se volvió más firme.
Fue dejando de venirme tan justa, empezó a separárseme.
Yo notaba sus críticas a pesar de mí misma,
como si mis costumbres la ofendiesen de alguna manera.
Dejaba pasar las corrientes y volvióse distraída y lejana.
Y la piel me escocía y se me iba pedazo a pedazo
sólo porque ella me cuidaba con tanto desvío.
Vi por fin el misterio: se creía inmortal.
Quería dejarme, se pensaba superior a mí en todo.
¡Y yo que la tenía a oscuras, apilando rencores,
malgastando sus días al servicio de un semicadáver!
En secreto empezó a desearme la muerte. Y entonces
podría cubrirme la boca y los ojos, del todo cubrirme,
y llevar mi rostro pintado como funda de momia
con la faz faraónica, aunque fuera de barro y de agua.
Y yo no podía arrojarla de mí, se apoyaba
en mí tanto tiempo que me estaba volviendo inmóvil,
habiendo olvidado la manera de andar o sentarme,
por eso cuidaba yo mucho de nunca ofenderla
o jactarme imprudente de mi cierta venganza.
Esta convivencia era igual que vivir con mi tumba:
yo dependía de ella, aunque muy contra mi voluntad. Solía pensar que podríamos vivir muy bien juntas,
tan unidas estábamos que pudieran pensarnos casadas.
Pero ahora comprendo que no compatíamos, que ella
sería una santa y yo fea e hirsuta, más tarde o temprano
tales diferencias caerían inanes, pues yo recobraba mi fuerza
y un día podría vivir sin su apoyo y entonces
su cáscara huera y muriente lloraría mi ausencia.
* * * * *
Espejo
Soy de plata y exacto. Sin prejuicios.
Y cuanto veo trago sin tardanza
tal y como es, intacto de amor u odio.
No soy cruel, solamente veraz:
ojo cuadrangular de un diosecillo.
En la pared opuesta paso el tiempo
meditando: rosa, moteada. Tanto ha que la miro
que es parte de mi corazón. Pero se mueve.
Rostros y oscuridad nos separan
sin cesar. Ahora soy un lago. Ciérnese
sobre mí una mujer, busca mi alcance.
Vuélvese a esos falaces, las luciérnagas
de la luna. Su espalda veo, fielmente
la reflejo. Ella me paga con lágrimas
y ademanes. Le importa. Ella va y viene.
Su rostro con la noche sustituye
las mañanas. Me ahogó niña y vieja
* * * * *
Soy vertical
Mejor querría ser horizontal.
No soy un árbol con raíces hondas
en tierra, sorbiendo minerales y amor materno,
refloreciendo así de marzo en marzo,
reluciente, ni orgullo de parterre
blanco de admirativos gritos, muy repintado,
y a punto, ignaro, de perder sus pétalos.
Comparado conmigo es inmortal
el árbol, y las flores más audaces:
querría la edad del uno, la temeridad de las otras.
Esta noche, en luz infinitésima
de estrellas, árboles y flores
han esparcido su frescura aulente.
Yo entre ellos me paseo, no me ven, cuando duermo
a veces pienso que me les hermano
más que nunca: mi mente descaece.
Resulta más normal, echada. El cielo
y yo trabamos conversación abierta, así seré
más útil cuando por fin me una con la tierra.
Árbol y flor me tocarán, veránme.
* * * * *
Suceso
¡Cómo los elementos se endurecen!
La luz lunar, la peña como tiza,
en cuyo seno blanco ahora yacemos
espalda contra espalda. Oigo un búho
chillar desde su frío añil vocales
que en mi corazón entran insufribles.
El niño, en cuna blanca, se estremece,
suspira, abre la boca, pide algo.
Su rostro está esculpido en rojo y pena.
Y luego las estrellas: duras, arduas
de arrancar. Toco: duéleme y me quema.
No puedo ver tus ojos. Donde enfría
la noche la manzana en flor yo ando,
circular, en mi cauce hondo y amargo
de errores viejos. El amor no puede
venir aquí. Se muestra un negro abismo
en el opuesto labio.
Un alma blanca
y pequeña me llama, un blanco, mínimo
gusano. Abandonáronme mis miembros,
¿quién nos ha desmembrado? Nos tocamos
como tullidos. La oscuridad fúndese.
* * * * *
Últimas palabras
No quiero una caja sencilla, quiero un sarcófago
de atigradas listas y un rostro pintado, redondo
como la luna, que mire, quiero
estar mirándolo cuando lleguen, escogiendo
entre minerales mudos, raíces. Véolos
ya: los pálidos, astralmente distantes rostros.
Ahora no son nada, no son siquiera criaturas.
Imagínolos huérfanos, como los primeros dioses,
de padre y madre, se preguntarán si tuve importancia
¡Debí haber preservado mis días, como frutos, en azúcar!
Mi espejo se empaña:
unos pocos hálitos, y no reflejará ya nada.
Las flores y los rostros blanqueantes cual sábanas.
No confío en el espíritu. Huye como vapor en mis sueños,
por la boca o los ojos. No puedo impedírselo.
Un día se irá para no volver. Así no son las cosas.
Permanecen, sus luces idóneas se calientan
en mis manos frecuentes. Ronronean casi.
Cuando se enfrían las suelas de mis pies, los ojos azules,
mi turquesa, me darán solaz. Déjame
mis cacharros de cobre, déjame los cacharros de afeites,
que florezcan en torno a mí como flores nocturnas, aulentes.
Me envolverán en vendas, almacenarán mi corazón
bajo mis pies, bien envuelto.
Conoceréme a mí misma. Seré noche
y el relucir de tantas cosas será más dulce que el rostro de Istar.
* * * * *
Una vida
Tócala: no se encogerá como pupila
esta rareza oviforme, clara como una lágrima.
He aquí ayer, el año pasado: palmiforme lanza,
azucena, como flora distinta
de un tapiz en la quieta urdimbre vasta.
Toca este vaso con los dedos: sonará
como campana china al mínimo temblor del aire
aunque nadie lo note o se anime a contestar.
Los indígenas, como el corcho graves,
todos ocupadísimos para siempre jamás.
A sus pies las olas, en fila india,
no reventando nunca de irritación, se inclinan:
en el aire se atascan,
frenan, caracolean como caballos en plaza de armas.
Las nubes enarboladas y orondas, encima.
Como almohadones victorianos. Esta familia
de rostros habituales, a un coleccionista,
por auténtica, como porcelana buena, gustaría.
En otros lugares el paisaje es más franco.
Las luces mueren súbitas, cegadoramente.
Una mujer arrastra, circular, su sombra, de un calvo
platillo de hospital en torno, parece
la luna o una cuartilla de papel intacto.
Se diría que ha sufrido una particular guerra relámpago.
Vive silente.
Y sin vínculos, cual feto en frasco, la casa
anticuada, el mar, plano como una postal,
que una dimensión de más le impide penetrar.
Dolor y cólera neutralizadas,
ahora dejad la en paz.
El porvenir es una gaviota gris, charla
con voz felina de adioses, partida.
Edad y miedo, como enfermeras, la cuidan,
y un ahogado, quejándose del frío, se agazapa
saliendo a la orilla.
* * * * *
Viuda
Viuda. Palabra que se autoconsume:
cuerpo, hoja de periódico en el fuego,
por el aire un instante sostenida
sobre la geografía roja y cálida
que arrancará su corazón cual ojo.
Viuda. Sílaba muerta, con su sombra
de un eco, abre el resorte en el tabique
del pasado secreto: aire gastado,
recuerdos fétidos, escalinatas
mecánicas que a ningún sitio conducen...
Viuda. La amarga araña se sienta
en el centro de sus ejes resecos.
La muerte es su vestido, gorro, cuello.
El rostro del marido, blanco, inválido,
la cerca como a presa que con gusto
de nuevo mataría, verle cerca
cual rostro de papel contra su pecho,
como sus cartas conservar solía
tornándolas piel nueva, viva y cálida,
pero ahora ella es papel, y fría siempre.
Viuda: ¡estado vacío y grande! Llena
de aire traidor está la voz divina,
los arduos astros fáciles promete,
y el espacio inmortal entre los astros,
no cadáveres, flechas hacia el cielo.
Viuda, inclínanse árboles piadosos,
árboles de dolor y soledades.
Como sombras en torno al verde campo
o incluso como bocas negras ciérnense.
La viuda les semeja, es una sombra.
Las manos bien cogidas, nada en ellas.
Alma sin cuerpo que otra alma pide
en este aire sereno y no lo nota:
un alma frágil como el humo entra
en otra sin saber por dónde pasa.
Es éste su temor: es el temor
de que su alma late aún y late sorda
como el ángel mariano, cual paloma
contra un cristal a todo ciega, menos
al hueco hoyo que mira y mirar debe.
De "Árboles de Invierno" 1971Versiones de Jesús Pardo La sonrisa de las neveras me aniquila.
¡Qué corrientes por las venas de mi amada!
Oigo ronronear su gran corazón.
Conjunciones y signos de porcentaje
exhalan sus labios, como besos.
En su mente hoy es lunes: la moral
se lava y se presenta ante mis ojos.
¿Cómo interpretar tales contradicciones?
Llevo puños blancos, me inclino.
O sea: ¿es amor esta roja tela
que fluye de la acerina aguja y vuela tan cegadoramente?
Con ella haré vestiditos y abrigos,
y vestiré a una dinastía entera.
Cómo se abre y ciérrase su cuerpo:
¡un reloj suizo, y con rubíes en los goznes!
¡Ay, corazón, qué desbarajuste!
Las estrellas pasan centelleantes como agoreros números.
ABC, dicen sus párpados.
* * * * *
Gigolo
Reloj de bolsillo, bien tictaqueo.
Las calles, reptíleas rendijas,
a plomo, con huecos donde esconderse.
La mejor cita, un callejón sin salida,
un palacio de terciopelo
con ventanas de espejos.
Allí se está segura,
sin fotos familiares,
sin anillos nasales, sin gritos.
Relucientes anzuelos, sonrisas de mujeres
hambrean mi volumen
y yo, elegantona con mis calzas negras,
desmenuzo pechos como medusas.
Para nutrir
violonchélicos gemidos como huevos:
huevos y pescado, lo básico,
el calamar afrodisíaco.
Mi boca ríndese,
la boca de Cristo
cuando mi motor llegue a su fin.
El charloteo de mis articulaciones
doradas, mi forma de convertir
perras en pizzicatos argentinos
desenrolla una alfombra, un silencio.
Y no hay fin, no tiene fin.
Nunca envejeceré. Ostras nuevas
estriden en el mar y yo
reluzco como Fontainebleau
contenta,
toda la cascada un ojo
sobre cuya agua tiernamente
inclínome y véome.
* * * * *
La otra
Llegas tarde, lamiéndote los labios.
¿Qué dejé intacto en el umbral:
blanca Niké,
aullando entre mis muros?
Sonrientemente, azul relámpago
aceptas, como escarpia, el gravamen de sus partes;
Favorecido de la Policía, lo confiesas todo.
Cabello lúcido, limpiabotas, plástico viejo,
¿tan intrigante es mi vida?
¿Por eso agrandas tus ojeras?
¿Es por eso por lo que se alejan l~ motas de aire?
No son motas de aire, sino corpúsculos.
Abre tu bolso. ¿Qué es ese hedor?
Es tu calceta, asiéndose
asiduamente a sí misma,
son tus dulces pegajosos.
Tengo tu cabeza contra mi pared.
Cordones umbilicales, azulrojizos, lácidos,chillan desde mi vientre, cual flechas, y cabálgolas.
O luz lunar, o enferma,
los caballos robados, las fornicaciones
circulan útero marmóreo.
¿A dónde vas
sorbiendo aire como kilómetros?
Lloran oníricos adulterios
sulfúricos. Cristal frío, ¿cómo
te introduces entre yo misma
y yo misma? Araño como un gato.
La sangre que fluye es fruta mate:
un efecto, un cosmético.
Sonríes.
No, no es mortal.
* * * * *
Místico
El aire, remolino de ganchos:
preguntas sin respuesta,
relucientes, ebrias como moscas
cuyo beso punge insosteniblemente
en los úteros fétidos de aire negro bajo estivos pinares.
Recuerdo
el olor a muerto del sol contra chozas de leño,
la rigidez de velas, las largas sábanas curvas salinas.
Una vez visto Dios, ¿cuál es el remedio?
Ya aquilatado uno de pies a cabeza,
ni un dedo omitido, una vez usado,
totalmente usado en las conflagraciones solares, las manchas
que se alargan partiendo de catedrales antiguas,
¿cuál es el remedio?
¿La píldora comulgatoria,
la marcha junto al agua quieta, el recuerdo?
¿O ir recogiendo fragmentos lúcidos
de Cristo en los rostros de los roedores,
de los mansos mascaflores cuya esperanza
es tan nimia que no tiene inquietudes:
gibosa en su choza mínima, limpia,
bajo los tallos de la clemátide?
¿Es que no hay amor, sólo ternura?
¿Es que la mar recuerda
a quien la camina?
Goteras de moléculas. Las chimeneas
de la ciudad respiran, la ventana suda,
los niños saltan en sus cunas.
El sol florece, es un geranio.
El corazón no se ha parado.
* * * * *
Temores
Esta pared blanca sobre la que el cielo hácese a sí mismo:
infinita, verdad, intocablemente intocable.
Los ángeles se bañan en ella, y las estrellas igualmente, en indiferencia también.
Mi medio son.
El sol se disuelve contra esa pared, desangrándose de sus luces.
Gris es la pared ahora, desgarrada y sangrienta.
¿C6mo salir de la mente?
Los pasos a mi zaga concéntranse en un pozo.
Este mundo carece de árboles y de pájaros,
solo hay agrura en él.
La pared roja no hace más que sobresaltarse:
un puño rojo se abre y se cierra,
dos papelosas bolsas grises:
he aquí mi materia, bueno: y terror también
a que llévenme entre cruces y una lluvia de lástimas.
Irreconocibles pájaros en una pared negra:
torciendo el cuello.
¡Esos sí que no hablan de inmortalidad!
Dos frías balas muertas se nos aproximan:
con mucha prisa vienen.
Edición impresa | LIBROS Sylvia Plath. Poesía completapor Sylvia Plath. Trad. de Xoán Abeleira | Publicado el 06/11/2008 CANCIóN DE AMOR DE UNA MUCHACHA LOCA
"Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado;
Abro los párpados y todo vuelve a renacer.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)
Las estrellas salen valseando, vestidas de azul y de rojo,
Y la negrura arbitraria entra galopando:
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.
Soñé que me hechizabas para llevarme a la cama,
Que me cantabas con locura, que me besabas con delirio.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)
Dios cae desde el cielo, las llamas del infierno se consumen:
Salen los serafines y los hombres de Satán:
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.
Imaginé que volverías, tal y como me dijiste,
Pero crecí y ahora no recuerdo ni tu nombre.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)
Debería haber amado a un pájaro del trueno en vez de a ti;
Ellos, al menos, al llegar la primavera, vuelven a rugir.
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)
(1953)
MONóLOGO A LAS 3 A.M.
Mejor que se desgarre
cada fibra, que la ira fluya
desatada, la sangre empapando, vívida,
el sofá, la alfombra, el suelo,
mientras el calendario con forma de serpiente
me asegura que estás
a un millón de verdes condados de aquí;
mejor eso que quedarme aquí sentada, muda,
convulsionándome así bajo las espuelas de los astros,
con la mirada perdida, echando pestes,
maldiciendo todas y cada una de las veces
que nos despedimos, que los trenes partieron
arrancando a esta loca, estúpida magnánima
de su único reino.
(1956)
TODOS LOS MUERTOS QUERIDOS
En el Museo Arqueológico de Cambridge, hay un sepulcro
de piedra, del siglo IV a.C., que contiene los esqueletos
de una mujer, un ratón y una musaraña. El hueso del tobillo
de la mujer está ligeramente roído.
Tiesa como una vela, sobre su espalda,
Engalanada únicamente con una mueca granítica,
Esta antigua dama, conservada en un museo,
Yace acompañada por las reliquias frusleras
De un ratón y de una musaraña
Que durante un día engordaron a costa de su tobillo.
Estos tres seres, sacados ahora a la luz,
Testimonian secamente el juego brutal
De la lucha por la supervivencia,
Ante el cual apartaríamos la vista de no haber oído
A las estrellas triturar, grano a grano,
Nuestra propia molienda hasta los huesos.
¡Ah, cómo se aferran a nosotros, contra viento y marea,
Estos percebes muertos!
Esta dama no es nada
Mío, y sin embargo lo es, y estaría dispuesta
A chuparme la sangre y sorberme el tuétano
Para demostrarlo. Mientras observo su cabeza,
Desde el azogue del espejo
Mi madre, mi abuela y mi bisabuela
Extienden sus manos de brujas para llevarme con ellas,
Y una imagen amenazadora emerge a la superficie del estanque
Donde el necio de mi padre se hundió
Con unas aletas anaranjadas de pato cerniendo sus cabellos…
Todos los seres queridos que murieron hace tiempo
Regresan pronto, sin embargo,
Muy pronto. Ya sea en los velatorios, en las bodas,
En los partos o en una barbacoa familiar:
Basta un roce, un sabor, un olor penetrante
Para que esos proscritos cabalguen de vuelta
Al hogar y al santuario: a usurpar nuestro sillón
Entre el tic
Y el tac del reloj, hasta que nosotros, Gulliveres
Cadavéricos, infestados de espectros, también nos vamos
A yacer con ellos, estancados
En su mismo punto muerto, tomando las raíces por cunas de roca.
(1957)
LAS MUSAS INQUIETANTES
Madre, madre, ¿qué tía tan mal nacida
O qué prima tan desfigurada y repulsiva
Te llevó a cometer la necedad
De no invitarla a mi bautizo, al que ella
Mandó en su lugar a esas señoras
Con cráneos como huevos de zurcir que cabeceaban
Y cabeceaban sin parar arriba y abajo,
A un lado y al otro de mi cuna?
Madre, tú que inventabas a nuestra medida
Los cuentos de Mixie Blackshort, el heroico oso;
Tú, cuyas brujas siempre, siempre terminaban
En el horno transformadas en pan de jengibre,
Me pregunto si también las veías, si decías
Aquellas palabras para librarme de aquellas tres señoras
Que cabeceaban por la noche alrededor de mi lecho,
Sin boca, sin ojos, con el cráneo calvo y recosido.
Durante el huracán, mientras las doce ventanas
Del estudio de padre se hinchaban hacia dentro
Como burbujas a punto de estallar, tú nos dabas de comer
A mi hermano y a mí leche con cacao y galletas,
Y nos ayudabas a los dos a corear:
"Thor está enojado: ¡Bum, bum, bum!
Thor está enojado: ¡A la porra con él!"
Pero aquellas señoras rompieron los cristales.
Cuando las compañeras del colegio bailaban
De puntillas, centelleando como cocuyos
Y cantando la canción de la luciérnaga, yo no podía
Levantar ni un pie con aquel vestido resplandeciente,
Y me quedaba a un lado, con mis pies de plomo,
En la sombra proyectada por aquellas madrinas
De tétricas cabezas, mientras tú gritabas y gritabas:
La sombra se alargaba, las luces se extinguían.
Madre, me obligaste a dar clases de piano,
Y alababas mis arabescos y mis trinos,
Aunque todos los profesores hallaban mi manera de tocar
Extraña, rígida, antinatural, a pesar de las muchas escalas
Y de las muchas horas que practicaba, pues no tenía
El menor oído musical, no, y era incapaz de aprender.
Pero aprendí, querida madre, aprendí en otro lugar
Y de otras maestras: de esas musas que tú no contrataste.
Un día desperté para verte, madre,
Flotando encima de mí, por el aire más azul,
En un globo verde brillante, con un millón
De flores y de petirrojos azules que jamás,
Jamás ha visto nadie en ninguna parte.
Pero el pequeño planeta desapareció de repente
Como una pompa de jabón cuando tú gritaste: "¡Ven aquí!"
Y yo volví a hacer frente a mis compañeras de viaje.
Día y noche, a los pies y a la cabecera, a ambos lados de la cama,
Las tres me vigilan vestidas con sus túnicas de piedra,
Sus rostros en blanco, como el día en que nací.
Sus sombras se alargan en el sol del ocaso
Que nunca se vuelve más brillante ni termina de ponerse.
Sí, este es el reino al que me engendraste,
Madre, Madre. Pero no voy a fruncir el ceño
Para no desvelar la relación que mantengo.
(1957)
LAS PIEDRAS
Esta es la ciudad donde arreglan a la gente.
Yo aguardo tendida sobre una gran bigornia.
El círculo del cielo azul mate
Voló como el sombrero de una muñeca
Cuando caí fuera de la luz. Entré
En el estómago de la indiferencia, en el armario silencioso.
La madre de los morteros me reduce.
Me transformo en un guijarro inmóvil.
Las piedras del vientre eran pacíficas,
La lápida muda, nada la zarandeaba.
Tan sólo el hueco de la boca rompió a sonar,
Grillo inoportuno
En una cantera de silencios.
Las gentes de la ciudad lo oyeron
Y, taciturnas, por separado, dieron caza a las piedras,
Mientras él les decía a gritos dónde se ocultaban.
Borracha como un feto,
Mamo los pechos de la oscuridad.
Las sondas me abrazan. Las esponjas me curan los líquenes
Con su beso. El maestro joyero hurga con su cincel
Y me labra un ojo de tigre.
Esto es el post infierno: ya veo la luz.
Un viento desatasca el pabellón
Del oído, ese viejo aprehensivo.
El agua ablanda el labio de sílex,
La luz del día esparce su mismidad por la pared.
Los injertadores están contentos,
Calientan las pinzas, empuñan sus delicados martillos.
La corriente sacude los cables,
Voltio tras voltio. El hilo sutura mis fisuras.
Un obrero pasa llevando mi torso rosado.
Los depósitos están llenos de corazones.
Esta es la ciudad de las piezas de repuesto.
Mis piernas y mis brazos vendados
Exhalan un olor dulzón, como a goma.
Aquí te curan la cabeza, cualquier miembro.
Los viernes vienen los niños a que les cambien sus garfios
Por manos, y los muertos ceden sus ojos a los demás.
Mi enfermera calva lleva el amor por uniforme.
El amor, carne y sangre de mi maldición.
El florero, reconstruido, alberga
La rosa esquiva.
Diez dedos conforman un cuenco para las sombras.
Me pican las costuras. Qué se le va a hacer.
Pronto estaré como nueva.
(1959)
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